“Rev.mo Padre –escribe el 8 de enero– ¡en realidad yo no sé cómo resignarme a la pérdida del P. Pirozzi para esta Casa!... En mi nombre y de los otros, le pido con todo el corazón que destine cualquier otro Padre para la Argentina, siendo que esta Casa recién comenzó a acomodarse. Me ha impresionado tanto que todavía no sé cómo decidirme a manifestarle esta decisión”. Y en otra oportunidad: “¿Es realmente necesario que vaya él a América?... Le digo sinceramente que no puedo resignarme a esta pérdida y le pido hacer de tal modo que ello no ocurra”.
Como sus pedidos no encuentran respuesta, un día, con mil precauciones, manifiesta al interesado la voluntad del Superior. El P. Pirozzi no se descompone y exclama: “¡Estoy listo para la obediencia!”.
Y, mientras algunos sacerdotes de la población, amigos y bienhechores de la comunidad llenan de cartas al Padre General pidiéndole no alejar al P. Pirozzi de Afragola, él, mostrando la más absoluta disponibilidad, escribe: “Rev.mo Padre, hace unos días el P. Rector me comunicó la noticia de que debo partir para América. Aquí estoy, haga de mí lo que quiera; estoy dispuesto a hacer la voluntad de Dios a cualquier costo. Sin embargo, me parece que el P. Rector está buscando cualquier excusa para no hacerme partir. Por eso le pido no tenerlo en cuenta”.
Mientras comienza a estudiar español con el vice-Cónsul de España en Nápoles, el P. Pennino le consigue cuanto podrá serle útil; y al notar que la ropa interior es extremadamente reducida, le reprocha suavemente. Pero el P. Pascual responde: “Me basta una sola muda de ropa interior y una sotana limpia, aunque sea vieja y remendada”. Esta mentalidad lo acompañará durante toda la vida.
(del libro SOBRE LAS HUELLAS DEL PADRE. P. Giuseppe Russo m.ss.cc.)
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