Después de algunos días pasados en familia para celebrar su primera Misa
en el pueblo, retorna a Secondigliano donde alterna actividades pastorales con
la formación de los estudiantes profesos de la Congregación.
Con afectuosa vigilancia, consejos oportunos y amonestaciones fraternas,
inculca en los jóvenes la fidelidad a la gracia de la vocación y los prepara
para ser apóstoles de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
El P. Cayetano Ruggiero, uno de sus discípulos, recuerda no sólo sus
consejos e instrucciones, sino también sus dulces y fuertes llamados de
atención por sus faltas al silencio.
Como después de haberle llamado la atención viarias veces, no se había
corregido, un día el Padre lo invita a su cuarto y con toda caridad le hace una
dulce reprimenda.
El Padre escribe: “Él,
serio, con los ojos bajos, las manos apoyadas sobre el escritorio e inmóvil,
habló cerca de media hora y sus palabras descendían de a una a mi corazón. Cuando
terminó, me levanté emocionado y prometí corregirme”
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