12 oct 2013

El P. Pascual y la enfermadad.


Un día su físico se resiente y, cuando más se siente la necesidad de su colaboración, se enferma y en esta circunstancia brilla su extraordinaria obediencia.
Escribe el P. Ruggiero: “Me parece que fue en 1932 cuando ocurre el siguiente hecho.
“Por algunos meses quedamos nosotros dos solos y por eso las ocupaciones se multiplicaron.
“Una tarde volvió de la visita a un enfermo grave y me dijo: ‘¡Padre, cuánto lamento molestarlo! ¡Me siento mal!’
“Lo acompañé a la habitación, y lo ayudé a desvestirse porque tenía el brazo derecho y la espalda como paralizados por un dolor tan fuerte que cuando le descosí las mangas de la sotana estaba casi por desmayarse.
“La fiebre era muy alta. En aquella circunstancia le dije: ‘Procure no prodigarse tanto y cuando esté repuesto, aliméntese mejor y, de noche, tome el descanso necesario. Piense que hemos quedado dos’.
“¿Podía él escuchar mi consejo cuando había tanto para hacer?
“Apenas dos días después la fiebre había desaparecido e inmediatamente él volvió al trabajo. Pero esta vez la imprudencia la ocasionó la recaída.
“Le atacó una fiebre y una debilidad tal que impresionó al mismo médico.
“Yo estaba preocupado y agitado. Era sábado y, a duras penas pude proveer para las dos Misas del día siguiente, llamando durante dos horas enteras por teléfono.
“A las 13 del domingo siguiente, después de haber transcurrido la mañana sin un momento de descanso para atender solo la parroquia, entré en su habitación y le grité con rabia: ‘Ahora, en cuanto se recupere, vaya a la iglesia, póngase a los pies de Jesús Sacramentado y dígale que no lo haga enfermar más, si no quiere que me desespere. Se lo ordeno por obediencia’.
“Milagro o no, lo cierto es que hasta la última enfermedad que lo llevó a la tumba, el P. Pirozzi no se enfermó más, a excepción de algún ataque de migraña que lo molestaba cada tanto, sin impedirle celebrar la Misa y continuar en sus ocupaciones.
“En los años siguientes, su constante buena salud, llamó la atención de los hermanos y amigos de la Comunidad que lo veían siempre activo e incansable en las obras del ministerio y más de uno decía: ‘El P. Pirozzi, externamente no demuestra una constitución fuerte, sin embargo resiste admirablemente el trabajo y no se enferma'”.
Después de su muerte, algunos seminaristas, hablando con un hermano suyo y sabiendo que pertenecía a la parroquia del P. Pirozzi, le dijeron: “El P. Pirozzi era nuestro director de conciencia, trabaja siempre y jamás lo hemos visto enfermo” .
Su continuo trabajo preocupa a los amigos, que lo exhortan a moderarse un poco, pero él continúa en su ritmo habitual.
Al Profesor Milicchio, que habiendo sabido que el día sábado se levanta a las cuatro de la mañana para dar la Comunión a un obrero , le hace notar que esto es ir en contra de la salud, el Padre, responde: “Esto no es nada”, y a las Mujeres de la Acción Católica que le dicen: “Padre, usted trabaja siempre; ¿por qué no descansa un poco tomándose las vacaciones?”, contesta con su innata dulzura: “Las vacaciones me las guardo para el Cielo”.

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